martes, 22 de marzo de 2011

El Tercer Vértice II. El Alquimista (7 de 16)

Seguimos. Primer cambio de época. Si el salto confunde, ha sido sin querer. Para quien lo esté siguiendo, ahí va la séptima pieza del rompecabezas.

II

EL ALQUIMISTA

(1492-1514)

El pergamino original se había desintegrado, pero los números fueron memorizados por mentes privilegiadas que llevaban trescientos años rondando la costa mediterránea. Sabios y magos habían dictaminado que el mensaje escrito en él fuera estudiado sólo por las personas adecuadas, ya que un error en su cálculo podría traer consecuencias nefastas.

El alquimista, dedicado durante media vida a la búsqueda de la piedra filosofal, fue uno de los elegidos.

Ahora se encontraba en un lugar marcado por las magias primitivas, cerca de la villa vizcaína de Guernica. Uno de los robles nacidos de la estirpe de Inis Mona había germinado allí. Ni los más ancianos recordaban ya cuándo empezaron los señores de Vizcaya a jurar respeto por las antiguas leyes bajo sus ramas, siglos antes de la aprobación de los Fueros.

—¿Qué se sabe de los vértices, además de parte de sus nombres? —preguntó a su mentor tras varias horas dedicadas al mismo tema.

La noche lo cubría todo. La luna no era más que un tímido candil, y dos hombres parecían presa fácil para lobos y bandidos. Pero el mentor permanecía tranquilo. Bajo el suelo habitaban poderes en los que confiaba plenamente. Durante las ocho décadas que presumía haber vivido, nunca se había recortado un solo pelo del cuerpo.

—De los dos primeros lo sabemos casi todo —respondió—, hasta el lugar donde eclosionarán los huevos. Son fuertes, y estamos preparados para combatirlos. El tercero es débil, pero por eso mismo escapa a nuestros lazos mentales, como un pez pequeño escabulléndose por un agujero en la red del pescador.

—¿Y los números de aquel soñador, el italiano que vivió el asedio de Jerusalén?

—Eres tú quien convierte el plomo en oro. A ti te corresponde investigarlos. Ya sabes qué letras se traducen de cada uno. Otros soñadores han dejado constancia de sus visiones, y podemos agradecer que algunas sean más claras que las del italiano. Gracias a ellos acorralaremos a dos espíritus rana cuando llegue el momento.

—¿Qué soñaron del tercero?

—Su huevo tardará en abrirse, falto de fuerza. Por ello intentará regar su creación con otras energías paralelas. Ignoramos si le dará resultado. Se sabe por otro vidente que el tercer vértice será bautizado con su nombre duplicado, bajo ritual católico. Así la invocación será repetida, como una imagen ante un espejo.

—¿Pronunciado sobre sí mismo?

—Puede que intente multiplicar por dos su influencia negativa. Una voz seguida de su eco.

Hubo un silencio. Algo en el bosque hizo crujir una rama y el alquimista volvió la vista por acto reflejo, en actitud defensiva. Tras aquella mirada fugaz, el mentor supo que la concentración de su mejor alumno no era absoluta.

—Cuatro números multiplicados por dos —le dijo con el ceño fruncido—. Cuatro letras que son ocho en realidad.

El alquimista viajó al pasado en uno de los muchos barcos que surcaban el mar de su memoria, rescatando recuerdos que le servirían en su investigación.

Ya desde hacía siglos los judíos habían ido apoderándose del comercio en tierras castellanas, y su presencia en el Cantábrico era notable. El ansia de sabiduría de sus primeros maestros se había tornado en codicia, y los hijos de Moisés abandonaron el estudio de las ciencias para aprender las nuevas leyes del dinero. Se ganaron a pulso el rencor de otros. El antisemitismo fue confinándolos en guetos. 1492 pasó a la historia por ser la fecha en que Cristóbal Colón obligó al Viejo y al Nuevo Mundo a estrecharse las manos tras siglos sin hacerlo. Aquel mismo año, la todavía no nata España de los Reyes Católicos daba otro paso distinto. Fue el año de la proscripción total del judaísmo entre sus fronteras.

Las sinagogas del norte de la península se habían convertido en un simple recuerdo, aunque el alquimista siempre supo dónde encontrar a los últimos rabinos para que le ayudaran a desvelar los enigmas que más se le resistían.

—Cuatro letras que serán ocho... —repitió, pensativo.

Según la Kabbalah hebrea, aquel era el número de la firmeza, del sentido del orden y los valores. Representaba la rutina, la disciplina que ponía freno a la imaginación del Tres. El Tres era Dos más Uno, principios masculino y femenino sumados, receptivos. Era creación. Lo que el Tres creaba, el Cuatro lo restringía.

—¿Es maligno el Cuatro? —preguntó.

—Es conservador —contestó el mentor—. Es el signo de lo práctico, pero también de rigidez y represión.

—¿Represión?

—Se espera la llegada del Har-Maggedon. ¿Cómo puede iniciarse el fin de los días sino con represión?

—Cuatro letras dobles suman ocho. ¿Es más benigno el Ocho?

La brisa parecía un lamento en sus oídos, como si quisiera susurrarle la respuesta.

—Ocho fueron las Cruzadas a Tierra Santa. Y jamás hubo una novena. Eso debería decirte algo.

...

viernes, 4 de marzo de 2011

El Tercer Vértice I. El Soñador (6 de 16)

Este es el último del Soñador. Para el siguiente fragmento cambiaremos de época, puede que también de escenario. Los enigmas se suceden y solo yo sé cuándo se resolverán. Pero los hilos se van entretejiendo. Si alguien adivina ya cómo acabará el relato que me lo diga y le daré un premio. Si no, al menos nadie podrá acusarme de escritor predecible. Seguid sufriendo.

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El dragón despertó en China, etéreo, invisible, inmenso. Abrió la boca y escupió su abominación, el segundo espíritu de demonio con cuerpo de rana. Ya había otro en el mundo, nacido del falso profeta, y un tercero aparecería pronto, hijo de la bestia.

El Triángulo se cerraba.

El espíritu rana olfateó el aire y la tierra, y anduvo tambaleante mientras se acostumbraba al tacto de su nueva piel. Buscó hombres. Solo precisó de rápidas ojeadas para comprender que allí, los hijos de Buda, pese a contarse por millones y dominar las artes de la lucha como nadie, no le servirían en su propósito. Necesitaba almas más corruptibles, mentes más inflamables, humanos más humanos. Tiempo después voló al norte para susurrar odios y rencores al oído de los señores de la estepa. Alentó a las hordas mongolas para que cruzaran las llanuras y barrieran Europa. Los jinetes asolaron un reino tras otro. Ni siquiera los líderes de la Iglesia Ortodoxa, supuesta enemiga de demonios, intuyeron la presencia de uno que llegaba de oriente caminando sobre una alfombra de fuego y sangre.

Pero el destino dio un giro brutal. La rana enmudeció mientras pensaba en sus próximos movimientos. Pese a derrotar a sus enemigos sin apenas esfuerzo en Liegnitz, al otro lado de los Cárpatos, los mongoles se retiraron contra toda lógica cuando sus señores dejaron de oír murmullos.

El demonio nacido de la boca del dragón no regresó con ellos. Durante doscientos años, merodeó por el este de Europa sin encontrar señales de sus hermanos. Llegó a una región llamada Transilvania, y puso su vista de anfibio en un niño recién nacido que acababa de venir al mundo con la sangre de los príncipes de Valaquia. Al espíritu rana le gustaba la sangre azul, y pronto convenció al joven noble para que él mismo probara el sabor de otras sangres ajenas. Bajo la influencia de una voz que nadie más oía, el niño creció. Vlad Draculea, apodado después El Empalador, descargó su furia irracional contra el mundo y declaró la guerra a la razón. Durante toda su vida, jamás se cansó de levantar verdaderos bosques de picas donde miles de inocentes eran empalados, ni de organizar banquetes ante ellos mientras aún gemían. Ordenó a sus verdugos que descuartizaran a sus enemigos en la misma mesa donde comía. Prendió fuego a ciudades pobladas sólo para iluminar el entorno y poder así continuar el festín de noche.

Los actos de Nerón, con su amada Roma ardiendo entre notas arrancadas de una lira, se quedaban cortos en comparación.

Las víctimas se amontonaban por cientos de miles. Algunas, en su último aliento, llegaban a oír el sonido lejano de una rana croando.

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