viernes, 12 de agosto de 2011

El Tercer Vértice III. El Paladín (14 de 16)

Antepenúltimo fragmento de este puzle macrohistórico montado a partir de verdades desenterradas. ¿Fantasía? Vale, pero también es fantasía lo que nos han contado. ¿Partidista? Por supuesto, yo siempre estuve con los buenos. Saludos.

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Libertad, igualdad, fraternidad. El recuerdo de la antigua victoria en tierras francesas seguía sobrevolando el cielo español, pero ahora parecía más lejano, palabras huecas, sin poder. Las guillotinas habían sido reemplazadas por cañones y bombarderos.

En la sombra existían hombres que oían voces oscuras cuando se flagelaban la espalda. Ellos fueron más cautos y dedicaron más tiempo a estudiar las palabras adecuadas. Tardarían toda una guerra, pero al final impondrían las suyas. El cambio sólo supondría bajas humanas, y el valor de una vida o de millones era nulo para ellos. Eran descendientes de torturadores, inquisidores y adoradores del becerro de oro. Sabían la manera de acercarse al abecedario sacro y escudriñar sus entrañas como el chamán escudriña las del buitre y la cabra.

Mientras la guerra se fraguaba, ellos se prepararon para desencadenar la suya propia, la de las palabras sin disparos, la de las muertes sin sangre.

Cogieron la pluma de un ave que llevaba siglos extinta, y escribieron otras tres invocaciones poderosas mientras las pronunciaban en un cántico susurrante. Siempre Tres, siempre Dos más Uno. Porque tres eran los colores de la bandera republicana y tres las palabras que los mantenían vivos. Y la lucha debía ser de iguales.

Mojaron la pluma en sangre de murciélago y escribieron sobre lino: Una, Grande, Libre. Las tres mentiras.

La Una fragmentada, no más compacta que un cántaro roto cuyos trozos habían sido unidos sin ningún tipo de adherente. Cincuenta provincias de tela cosidas con el hilo de una telaraña.

La Grande pequeña, rescoldos humeantes de un imperio muerto, de la tierra conquistadora de tierras, donde decían que nunca se ponía el sol cuando medio mundo era suyo. Grande como el plancton en las fauces de la ballena, como la Iberia que fue en tiempos de la Roma que la devoró.

La Libre del toque de queda, la del silencio impuesto, la de los fusilados y las tumbas en las cunetas, sin lápidas ni nombres, la Libre de la Nueva Inquisición, hecha de una libertad abstracta, de párpados cosidos y labios sellados.

Hundieron el escudo bajo las alas negras del buitre carroñero, al que disfrazaron de águila para encubrir el significado real de los símbolos. Su nido estaba hecho con alambre de espino.

En 1936 comenzó la lucha entre hermanos.

Tres fuerzas malignas, ángulos idénticos de un triángulo de tres vértices. Tres palabras poderosas insuflando energías a cada bando. Tres, siempre tres. Como no podía ser de otro modo, la guerra también duraría tres años.

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2 comentarios:

  1. Claro, la otra guerra, la de las palabras. En tu relato, esta clase de enfrentamiento cobra especial significado.

    "hecha de una libertad abstracta"
    Buen apunte éste que sitúa con precisión al lector sobre el significado de la palabra "Libre". La libertad, si lo es, no necesita adjetivos.

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  2. Eso me recuerda una canción de XXL, dafd. Fíjate cuántos adjetivos le ponen cuando decían eso de...
    "Siempre he estado encerrada, maltratada, siempre soy deseada
    siempre he estado enterrada, consumida, secuestrada
    siempre he estado vendida, corrompida, controlada y herida
    siempre he sido una esclava y aun asi...me llaman libertad."
    Saludos.

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