lunes, 31 de enero de 2011

El Tercer Vértice I. El Soñador (3 de 16)

Con este ya van tres. Si alguien pensó que a partir de aquí se iría encauzando todo, se equivocó. Sigo liando la madeja. Continuamos tras los pasos del soñador.

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La oscuridad era una manada de lobos negros acechando a sus dos presas de luz. En ese momento pareció cobrar espesor, como humo convertido en brea. Olía a vísceras de montaña, a humedad añeja.


—Tres demonios —dijo la pitonisa—, como ya sabíamos. Antiguos, dormidos. Uno ya despertó en tiempos de Nerón, pero aún no ha hecho eclosionar ningún huevo. No veo nacimientos señalados con su marca. Es joven comparado con los otros dos, y se ha debilitado con el tiempo. No sabe alimentarse.


El soñador asimiló los datos sin intervenir, ni preguntar qué parte de esa información era ya del conocimiento de la mujer y qué otra parte estaba averiguando ahora, sonsacándosela a los huesos.


Nerón, último emperador de la dinastía Julio-Claudia. Ejecutó a su propia madre y dicen que se dedicó a componer con su lira mientras Roma ardía. Cazador de cristianos, los mismos que luego se adueñarían de su imperio para predicar un bien que poco a poco se iría convirtiendo en un mal más. Esa nueva fuente de mal levantaría catedrales, y ante ellas quemaría libros y personas por igual, siempre en nombre de su nuevo e indiscutible dios. Ella predicaría las revelaciones de Juan como si fueran suyas.


Apocalipsis 16-13: «Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas.»


Roma era el falso profeta, el profeta usurpador.


—Otro de ellos ya está despertando en Oriente —continuó la anciana—, bajo una lluvia que dura ya seis días sin descanso y durará otros seis más. Allí hay selvas que devoran hombres. Sus árboles piden al cielo más agua de la que acostumbran a mendigar los bosques de nuestra tierra.


No hacía falta más. China: El dragón. Ya tenía otro lugar.


—Nada sé del tercero —siguió ella—, porque nacerá arropado por una bruma que me impide ver algunos retales de futuro. Pero si tiene nombre dejará un rastro que seguir. Los nombres no son más que puñados de letras cosidas. Busca a aquellos que buscan la magia de las letras. Algunos hasta la entienden.


—Todo en este mundo encierra algo de magia.


—Pero la magia es esquiva. Los maestros Maran de los judíos la persiguieron, sin éxito. No obstante, su alfabeto se acercó a ella lo suficiente como para comprender algunos enigmas. Dejaron su marca más que impresa en una ciudad.


La mención de aquel pueblo, el primero que alzó plegarias a Jehová, hizo que el soñador, de origen italiano y acostumbrado a merodear por juderías, se acordara al instante de un millar de lugares donde poder encontrar a alguno de sus hijos devotos. Pero no era suficiente. Desvió su pensamiento a otra tierra, al ojo del huracán, al eje espiritual desde donde parecían girar los más enloquecidos vientos de la fe, a la ciudad amurallada donde tres religiones latían como arterias disputándose un mismo corazón.


—Jerusalén es cristiana desde hace muy poco —sentenció—. Hace tres décadas, los cruzados la convirtieron en un reino casi francés. Ahora es un foco de violencia.


La pitonisa recogió los huesos de una zarpada, ágil como un gato atrapando a un ratón.


—La violencia durará. Jerusalén no es de nadie. Nunca lo será. Pero ese reino latino tiene los días contados. Acude allí sólo si te lo mandan tus sueños. Si no, recuerda que no hace falta adentrarse en el hormiguero para ver hormigas. Duerme. Sueña. El destino te guiará. No me corresponde a mí hacer su trabajo.


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miércoles, 19 de enero de 2011

El Tercer Vértice I. El Soñador (2 de 16)

Segundo puñado de letras que sigue a continuación de la entrada anterior, para quien quiera seguir este experimento de relato inclasificable. Como mi intención es seguir evolucionando, espero comentarios, buenos o malos. Disfrutad el texto o lapidadme a críticas. Un saludo.


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—¿Habrá señales? —preguntó el soñador.


—Muchas —respondió la pitonisa—. Dos vértices del Triángulo Maligno caerán antes de propagar su corrupción por todos los dominios de Gea, pero el tercero se os escapará, porque en su época la fe habrá tomado formas distintas a las que hoy conocemos, y encontrará poderes que lo ayudarán a nacer donde no debe. Así esquivará vuestras redes.


La decadencia del Oráculo de Delfos había sido continua desde hacía centurias, pero el lugar se resistió a morir durante todo ese tiempo. Su magia no se eclipsó del todo hasta el Siglo V, cuando las serpientes del fanatismo cristiano se arrastraron sobre las rocas de la antigua Grecia escudriñando ruinas, olfateando entre los rescoldos de las viejas religiones en busca de los últimos lugares de culto que arrasar.


Cuando el soñador llegó allí, esperó la llamada. No importaba cuándo, la tierra lo reconocería e iría a buscarlo. A los tres días apareció un cuervo negro, se posó en un olivo muerto y le graznó con las alas extendidas. Alzó el vuelo, y el soñador lo siguió hasta la entrada de una gruta estrecha y recóndita. Encendió una antorcha. Un cuchillo de luz atravesó la negrura y le mostró un único pasadizo. Al final se ensanchaba en una pequeña bóveda natural. Allí había una mujer con apariencia de cadáver disecado, sentada sobre una roca en la penumbra. Se valía de una lucerna de aceite. Su llama brillaba como una estrella solitaria en un cielo muerto. La última pitonisa de Apolo era más que anciana, y hacía décadas que la daban por muerta en la aldea más cercana. Parecía alimentarse del aire. Solo recibía a quienes sabían seguir al cuervo. Hubo un tiempo en que sus antecesoras daban consejos a emperadores y generales, pero ese tiempo había muerto con Delfos. La escasa luz y el olor a humedad avivaban esa sensación que el visitante tenía de haber entrado en una tumba.


—¿Cambios de fe? —preguntó.


—El culto al Dios Único será el mismo. La erradicación sistemática de cualquier rito no vinculado a él será menor, aunque habrá intervalos de odio creciente y descontrol de creencias. Pero nada impedirá que sigan naciendo cientos de dioses falsos, en miniatura.


—¿Dioses menores? —El soñador volvió a dudar.


—Encarnados en ídolos de piedra y madera, con rostros de hombres que, antes de su conversión en semidioses, habrán sido solo eso: hombres. Destruyeron el panteón del Olimpo convencidos de que no podían adorar tantos nombres, pero a la larga ellos adoraron más.


—Santos. Mortales canonizados. No me preocupan. Quiero saber sobre los vértices del Triángulo, los puntos donde los espíritus rana pondrán sus huevos.


—Donde quieran que eclosionen, siempre que sean fieles a la geometría terrestre. Los tres lados del polígono creado han de medir igual, independientemente de su longitud.


El soñador se vio colapsado por aquella embestida de palabras incomprensibles. La mujer usaba términos que parecía leer directamente de un libro de Euclides. Sin duda había devorado ése y muchos otros. Si a Grecia se la reconocía por algo, era por sus antiguos filósofos, matemáticos y hombres de ciencia. La cultura helena nació y murió en una época donde investigar los secretos del mundo no se consideraba herejía. En aquel momento, la pitonisa no era más que una simple pagana oculta en los montes.


—Antes me has dicho que un adorador del Dios Único soñó con ellos y escribió lo que vio —comentó ella.


—Juan. Acabó siendo apóstol de Cristo. También lo santificaron. Otro dios menor, a tu modo de ver. Sus visiones marcaron el principio del camino que pretendo andar.


—Entonces tú debes de ser como él. No entiendo por qué buscas aquí respuestas que tendrían que haber aflorado en tu mente antes que en la mía.


—Nada funciona como uno quiere. En mi mente solo afloran las preguntas, no las respuestas. Veo mares, no a quien los navega. Veo tronos y tumbas, nunca a quien los ocupa.


La anciana hizo amago de levantarse. Sacó un puñado de huesos diminutos de entre los pliegues de su túnica y los agitó mientras canturreaba una extraña letanía.


—Espera —la interrumpió el soñador—. Desconozco el precio.


La sonrisa de la mujer era una arruga entre más arrugas.


—No podrías pagarme lo que vale una sola de mis palabras, así que nada te cobraré por ellas. Gea ha hecho cosas por mí. Págale a ella como creas conveniente.


Luego arrojó los huesos sobre la fría roca del suelo, se inclinó hacia delante y los observó con detenimiento.

jueves, 6 de enero de 2011

El Tercer Vértice I. El Soñador (1 de 16)

Como ya advertí en la anterior entrada, voy a hacer más amenos los meses de gestación del Tablero de Yidana olvidándome de los dolores del parto y poniendo la atención en uno de sus hermanos pequeños. Las musas no saben dormir, ni me dejan dormir a mí. Os presento el primer extracto de un relato inclasificable que escribí cuando más quemado estaba con el mundo que me rodeaba. Nadie debería escribir en ese estado. Las consecuencias son las que podéis leer en los siguientes dieciséis microcapítulos que iré colgando aquí. Espero no ofender a nadie. Sólo son palabras. Si a alguien le puede interesar seguirlos, agradeceré cualquier tipo de comentarios. Un abrazo a todos.


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I

EL SOÑADOR

(1129-1187)


16-12: El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el agua de éste se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente.

16-13: Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas;

16-14: pues son espíritus de demonios, que hacen señales y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso.

16-15: He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela y guarda sus ropas, para que no ande desnudo y vean su vergüenza.

16-16: Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón.


Apocalipsis 16. Las copas de ira.


El soñador volvió a hundir los ojos en aquellas oraciones, a la caza de respuestas. Durante sus escasos veinte años, se había cruzado con otros hombres que también presumían del don de la videncia, pero cualquiera de ellos habría enloquecido ante la marea de información que corría por su cerebro siempre que dormía. Los soñadores eran distintos, de mente compleja y hermética, con un ego sepultado bajo varias capas de prudencia. Eran guerreros oníricos, fieles a una causa que pocos comprendían aunque muchos aseguraran luchar por ella. Eran sombras que se arrastraban entre más sombras, siempre en beneficio de la luz.


El soñador dedicó su vida a autodescifrarse. Fueron años de búsqueda, de insomnio en bibliotecas anónimas que solo mostraban sus secretos a puerta cerrada y bajo la luz de una vela. Leer lo que se ocultaba en ellas significaba a menudo la pena de muerte.


Los párrafos que estudiaba ahora se reflejaban una y otra vez en su retina. Se trataba de los más proféticos de entre todos los que había diseminados por los Evangelios, aunque para muchos seguían siendo tan imposibles de interpretar como los propios sueños. Eslabones sueltos de una cadena deshecha. Eran de los pocos que la Iglesia Católica llevaba siglos copiando sin apenas transmutar. La Iglesia quemadora de libros no se molestó en desvirtuar los sueños de Juan el Apóstol porque no creyó que los originales pusieran en peligro su poder. Casi ningún libro de la Biblia podía presumir de lo mismo. Ni una sola página del Tercer Testamento había escapado a las llamas.


El soñador releyó el decimosexto versículo del decimosexto capítulo, como intentando atraer la verdad mediante un pulso que se libraba con la mirada. Pero despierto sólo era un hombre vulgar, y cuando dormía, sus sueños lo llevaban a otros lugares, mostrándole únicamente resquicios de respuestas, siluetas en un sendero que nunca lograba vislumbrar del todo. Comprendió cómo tuvo que sentirse Juan, más tarde canonizado para que obispos y cardenales usaran sus escritos en provecho de la fe. Juan también fue soñador antes de convertirse en predicador asceta, y el hecho de que naciera en tierras hebreas justificaba que siempre hablara en nombre de Yahvé para cautivar a las gentes. A la sombra de Cristo, sólo pasó a la historia como su Discípulo Amado. Ningún soñador posterior entendió jamás cómo aquel otro individuo llamado Jesús de Nazaret había conseguido arrebatarle todo el protagonismo.


El versículo 16 tenía el poder de la palabra, porque estaba clavado con letras tenaces en un capítulo de igual número. Y cuando una cifra se repetía, el influjo era doble. 16-16: La señal era incuestionable.


«Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón.»


Por mucho que el soñador estudió cada pasaje de la Biblia no encontró la palabra clave más que en esa frase. El nombre de Armagedón sólo aparecía una vez.


Una vez. Número Uno.


Ya había rastreado al dragón, a la bestia y al falso profeta. Sabía dónde y cuándo abrirían sus bocas. Solo restaba esperar el momento en que tres espíritus con forma de rana surgieran de ellas.


El río Éufrates aún no se había secado, pero ya desde los tiempos de la arcaica Babilonia sus orillas habían empezado a convertirse en desiertos. Los jardines colgantes de Nabucodonosor eran polvo sobre el polvo de los jardines del Edén. La hora se acercaba.


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domingo, 2 de enero de 2011

Año nuevo, nuevos planes.

Vamos a intentar empezar el año con nuevos proyectos. Algunos ya saben que el Tablero de Yidana saldrá del paritorio de Grupo Ajec este año, pero desconocen el tiempo de gestación que invierte un libro desde que el embrión es depositado en el vientre de la editorial hasta que ve la luz. Ahora ya siento sus patadas, incluso los latidos de su corazón si acerco los oídos. Fecha aproximada del parto: Octubre 2011. Preparaos. Los meses se harán eternos, más para mí, que soy el padre en la sala de espera.


Por eso quería matar el tiempo mostrando al mundo a uno de los muchos hermanos menores de la novela (hermanos porque comparten padre y disco duro, no porque tengan algo que ver). Cada una o dos semanas, iré colgando aquí un nuevo capítulo de un relato que ni yo mismo sabría en qué género encasillar. Tendrá dieciséis entradas de unas 650 palabras de media cada uno. No es muy largo, pero habrá quien lo considere ofensivo. Disculpas adelantadas.


Dependiendo de los comentarios que reciba, adelantaré o demoraré la publicación de nuevos capítulos, o quizá ni siquiera cuelgue el último si el relato no tiene aceptación. Yo por mi parte aceptaré críticas, consejos, insultos, elogios y protestas.


En cuanto las musas me den el pistoletazo de salida, empezaré a encajar aquí las piezas de este puzle en prosa llamado El Tercer Vértice. Estad atentos.