viernes, 18 de febrero de 2011

El Tercer Vértice I. El Soñador (5 de 16)

Aunque parezca que les da miedo pronunciarse, sé que hay personas que están siguiendo el relato. Marchando la quinta pieza. Id montando el rompecabezas. Espero que la intriga os devore, porque eso querrá decir que estoy haciendo algo bien. Si también hay algo mal, no dudéis en criticar. Tengo puesto el chaleco de balas.

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El soñador descubrió un hecho que el mundo había pasado por alto. Los cruzados tomaron Tierra Santa el mismo año que el Cid Campeador moría de fiebres arropado tras las murallas de Valencia. Todas las monedas tienen su cara y su cruz. Todas las mareas roban agua de un mar para poder levantar las olas de otro a mayor altura.

Ochenta y ocho años después, en 1187, la historia se repetía, aunque con los roles invertidos. Y al soñador le tocaba estar presente esta vez. Había transcurrido más de medio siglo desde su encuentro con la pitonisa de Apolo.

Acababa de terminar la batalla de los Cuernos de Hattin, solo para equilibrar la balanza. Mientras Saladino recuperaba Jerusalén en nombre de Alá, en el otro extremo del Mediterráneo, del mar de las mil culturas, el Islam retrocedía por tierras hispanas a pasos de gigante. Biblia y Corán, dos libros nacidos de un mismo pensamiento, arrastraban a millones de hombres a una lucha sin cuartel. Las huestes musulmanas y cristianas avanzaban o reculaban sin decidirse, como mecidos por aquella extraña marea. Algunas veces se robaban tierras, o canjeaban unas por otras; una fortaleza de Al-Ándalus por otra en Palestina, una colina a orillas del Jordán por otra a orillas del Tajo.

Los dioses no daban pasos definitivos. O eran neutrales, o tenían miedo de sí mismos.

El soñador no había tenido tiempo de alcanzar la verdad. La guerra había llegado a Jerusalén como una inesperada tempestad. Las bibliotecas y sinagogas que había estado visitando fueron engullidas de pronto por marabuntas de hombres que se alimentaban de antiguos rencores. Huyó con los despojos cristianos hacia Egipto, y embarcó en un navío más mojado por las lágrimas que por el propio mar.

Llegó a su Italia natal debilitado por las penalidades. Un brote de tifus lo postró en la cama como a muchos de los que habían escapado con él de Tierra Santa. La fiebre era alta, los escalofríos persistían y la jaqueca iba en aumento. No necesitaba soñar su muerte para saber que caería pronto en sus redes.

Un anciano de barba blanca, antiguo colaborador en su enigmática lucha contra el Triángulo Maligno, lo acompañaba desde hacía meses. El hombre sabía de su encuentro con la pitonisa en Delfos, y de otros pasos dados por él antes de llegar allí completamente consumido. El soñador le pidió una pluma, tinta y pergamino. Durmió y sufrió los terrores de la noche. Jerusalén ardía en sus pesadillas, y un rabino que sucumbía a las llamas le gritó respuestas. Cuando despertó, sólo encontró fuerzas para escribir cuatro cifras emborronadas en sudor: 80, 200, 1, 50.

Luego su corazón dio un último latido y quedó en silencio, como si guardara luto por sí mismo.

El anciano se acercó, le cerró los párpados y trazó unos signos invisibles sobre su frente. No era la cruz habitual de la época. Eran runas anteriores a la llegada de Roma y sus lobos con capas rojas, a la caída de los héroes y a la aparición del Dios Único y su hijo crucificado. Era bendición celta, magia antigua y poderosa.

Antes de expirar, el soñador había rogado a todos los dioses habidos y por haber que aquellos caracteres sin sentido cayeran en buenas manos.

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2 comentarios:

  1. Le hemos dao un brinco brutal a la historia y nos hemos cargao al prota... Mal asunto. Paciencia dirás ;P

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  2. Aquí no hay protas, Luck. Los saltos temporales del relato completo abarcan un espacio de 800 años. Nadie vive tanto. Si llegas al fragmento 16 lo comprenderás (si no has estudiado mucho ese día, claro. XD)

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