viernes, 4 de marzo de 2011

El Tercer Vértice I. El Soñador (6 de 16)

Este es el último del Soñador. Para el siguiente fragmento cambiaremos de época, puede que también de escenario. Los enigmas se suceden y solo yo sé cuándo se resolverán. Pero los hilos se van entretejiendo. Si alguien adivina ya cómo acabará el relato que me lo diga y le daré un premio. Si no, al menos nadie podrá acusarme de escritor predecible. Seguid sufriendo.

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El dragón despertó en China, etéreo, invisible, inmenso. Abrió la boca y escupió su abominación, el segundo espíritu de demonio con cuerpo de rana. Ya había otro en el mundo, nacido del falso profeta, y un tercero aparecería pronto, hijo de la bestia.

El Triángulo se cerraba.

El espíritu rana olfateó el aire y la tierra, y anduvo tambaleante mientras se acostumbraba al tacto de su nueva piel. Buscó hombres. Solo precisó de rápidas ojeadas para comprender que allí, los hijos de Buda, pese a contarse por millones y dominar las artes de la lucha como nadie, no le servirían en su propósito. Necesitaba almas más corruptibles, mentes más inflamables, humanos más humanos. Tiempo después voló al norte para susurrar odios y rencores al oído de los señores de la estepa. Alentó a las hordas mongolas para que cruzaran las llanuras y barrieran Europa. Los jinetes asolaron un reino tras otro. Ni siquiera los líderes de la Iglesia Ortodoxa, supuesta enemiga de demonios, intuyeron la presencia de uno que llegaba de oriente caminando sobre una alfombra de fuego y sangre.

Pero el destino dio un giro brutal. La rana enmudeció mientras pensaba en sus próximos movimientos. Pese a derrotar a sus enemigos sin apenas esfuerzo en Liegnitz, al otro lado de los Cárpatos, los mongoles se retiraron contra toda lógica cuando sus señores dejaron de oír murmullos.

El demonio nacido de la boca del dragón no regresó con ellos. Durante doscientos años, merodeó por el este de Europa sin encontrar señales de sus hermanos. Llegó a una región llamada Transilvania, y puso su vista de anfibio en un niño recién nacido que acababa de venir al mundo con la sangre de los príncipes de Valaquia. Al espíritu rana le gustaba la sangre azul, y pronto convenció al joven noble para que él mismo probara el sabor de otras sangres ajenas. Bajo la influencia de una voz que nadie más oía, el niño creció. Vlad Draculea, apodado después El Empalador, descargó su furia irracional contra el mundo y declaró la guerra a la razón. Durante toda su vida, jamás se cansó de levantar verdaderos bosques de picas donde miles de inocentes eran empalados, ni de organizar banquetes ante ellos mientras aún gemían. Ordenó a sus verdugos que descuartizaran a sus enemigos en la misma mesa donde comía. Prendió fuego a ciudades pobladas sólo para iluminar el entorno y poder así continuar el festín de noche.

Los actos de Nerón, con su amada Roma ardiendo entre notas arrancadas de una lira, se quedaban cortos en comparación.

Las víctimas se amontonaban por cientos de miles. Algunas, en su último aliento, llegaban a oír el sonido lejano de una rana croando.

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2 comentarios:

  1. La verdad, no sé cómo va a continuar esto, pero realmente es impactante. Quizás por este uso de símbolos ancestrales, de terrores que tengamos escondidos en algún rincón del corazón.
    La figura de una rana, más bien simpática, aparece aquí como algo que encarna el horror irracional.
    Me gusta el paseo por la historia, por las estepas y por el profundo Este.
    Y creo recordar que el Vlad histórico fue un héroe de la resistencia al turco. Pero no estoy seguro.
    Saludos.

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  2. Hola, Igor. El caso es que continúa, para bien o para mal. Aún quedan algunos paseos por la Historia. Los espítitus rana encarnan a las criaturas que Juan el Apóstol profetizó en el Apocalípsis, aunque sí, son simpáticos a primera vista. Ya veremos la que montan después. Un saludo.

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