domingo, 12 de junio de 2011

El Tercer Vértice III. El Paladín (11 de 16)

Seguimos dando patadas a la historia, o tal vez esclareciéndola, quién sabe. Ya advertí que a partir del undécimo fragmento se iría haciendo la luz. Que no os ciegue. Como decía el de los X-Files, the truth is out there...

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III

EL PALADÍN

(1883-1937)

«Juan soñó que el Éufrates se secaba y los reyes del oriente caminaban por él.»

Por el Éufrates aún corría el agua, pero las dunas eran dueñas de su cuenca fluvial y los reyes que caminaban por ellas eran los mismos sultanes otomanos que habían saqueado Constantinopla.

«Juan vio salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas, demonios que hacen señales y van a los reyes de la tierra en todo el mundo.»

Los demonios habían llegado en cuerpos de rana, croando al oído de reyes y de quienes no eran reyes, llenándolos de odio y locura.

«Juan soñó que los reunía en el lugar que en hebreo se llama Armagedón.» Apocalipsis 16-16.

Los espíritus de demonio fueron a Armagedón, Har Megiddo, pero entre las ruinas de la ciudad milenaria no había reyes, solo piedras. Escogieron tres, las bautizaron con el agua del Mar Muerto y las maldijeron así con la misma sal que había asesinado a toda la fauna del lugar. Marcharon a Europa y se adentraron en las nieves alpinas. Encontraron el agua de la Fuente de la Juventud Eterna, cristalizada, sagrada, y colocaron sus piedras sobre la pila.

La sal derritió el hielo y las ranas bebieron el agua. La paz antaño sellada perdió todo su sentido para los nuevos líderes del mundo, reyes y emperadores, condes y obispos.

Los tres demonios estudiaron las líneas.

Esbozaron en sus mentes conectadas una copia del mapa mundi, enfocaron sus pensamientos en aquella reducida región del hemisferio norte y dibujaron un triángulo perfecto sobre ella, tomando como eje central la cumbre helada donde el agua de la Juventud Eterna había estado alimentando con sus destellos la esencia de la armonía en Europa. Los tres vértices señalaban hacia puntos cardinales distintos. Cada espíritu miró hacia uno. Luego entraron en trance, se elevaron y levitaron sobre los tres trazos fijados, alejándose en línea recta.

Tres piedras habían caído sobre la charca que era el mundo. La onda expansiva hizo que sus aguas se agitaran de orilla a orilla. Un cóndor de cien años de edad murió en pleno vuelo mientras surcaba las cimas de los Andes, sin dejar vestigios de haber existido nunca. La única anaconda de escamas doradas que se arrastraba en silencio por las selvas del Amazonas se adentró en un afluente prohibido y se dejó devorar por mil pirañas. Un gigante blanco y velludo cayó por un precipicio del Himalaya, dibujando un último signo en el aire con un dedo antes de que sus huesos se convirtieran en astillas en lo más profundo de una gruta vertical. En el polo norte, la aurora boreal bailó con colores oscuros en el cielo ártico, y muchas ballenas quedaron varadas en una costa de Siberia hasta que murieron asfixiadas baso su propio peso, sin que nadie encontrara explicación a su actitud. Las aguas de una catarata africana engulleron a una mariposa de cuatro palmos que lucía todos los colores del arco iris. Era la última de su especie.

Los espíritus rana se detuvieron. Su vuelo aletargado los había alejado del eje original hasta imponer una distancia idéntica entre ellos y la pila ultrajada. Los tres lados del triángulo equilátero trazado sobre los Alpes también eran iguales.

Uno de los vértices quedó anclado sobre la pequeña ciudad de Braunau am Inn, por entonces feudo del Imperio Austrohúngaro. Otro pasaba por una comuna italiana cercana a la ciudad de Forlí, llamada Dovia di Predappio. El tercer vértice caía en una casa de montaña perdida en las altas tierras de Suiza, cerca de Friburgo. En medio quedaba una cumbre que se resignaba a abandonar la Edad de Hielo, y sobre ella, un rastro de agua mezclada, sal del Mar Muerto y almíbar de América, como símbolo de una paz muerta, una mecha encendida sobre un mundo de pólvora.

Era el momento. Los demonios rana desovaron. Un único huevo cada uno, con la cáscara hecha de la piedra robada en Megido, preparado para eclosionar tras un periodo de incubación variable.

En 1883, Benito Mussolini nació en Dovia di Predappio. Apenas seis años después, tal como ordenaban las líneas, Braunau am Inn vio nacer en su seno a un niño llamado Adolf Hitler.

Líneas rectas, ángulos precisos, profecías cumplidas.

El tercero nacería en una casa humilde, más al oeste, entre nieve y viento, pero no por ello debía ser menos importante que los otros.

Fue entonces cuando algo que no era olor, ni sabor, ni nada que tuviera que ver con los sentidos, azotó a las ranas en lo más profundo de su ser. E intuyeron la presencia del enemigo.

4 comentarios:

  1. ¿Y todas esas referencias históricas?

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  2. ¿Te parecen demasiadas, parce? Pues agárrate que lo bueno aún está por venir. Un saludo.

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  3. Joé, y quién será el del tercer vértice.

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  4. seguro que ya te lo estás imaginando, dafd. ;)

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